Pocas cosas pueden sorprender tanto al hombre de buena fe como el hecho terrible de que los dos instintos que le mantienen sobre la tierra, el de conservación y el de reproducción, sean precisamente la fuente de casi todas sus desdichas.

Sólo hay una cosa que me llene de orgullo: ser un hombre con derechos y deberes iguales, compartir una misma condición, sus sufrimientos, sus alegrías, su exigencia. Este orgullo nos une a todos, al sordo y al cojo, el etíope y al desfigurado, al judío y al tullido, al ciego y al trisómico, al musulmán como el sin techo, a ti y a mí. ¡Somos hombres!

El hombre ha nacido para vivir entre las convulsiones de la inquietud o la letargia del aburrimiento.

Nadie es como otro. Ni mejor ni peor. Es otro. Y si dos están de acuerdo es por un malentendido.

El lirismo es una embriaguez y el hombre se embriaga para confundirse más fácilmente con el mundo.

El hombre se inclina más a amar lo que puede compadecer que aquello que envidia. Encuentra en el espectáculo de un fracaso no merecido, argumentos muy agradables para explicar su propia falta de éxito.